A cien días para que mis piernas bailen durante 42,195 km. Mi vals deseado. Por el que suelo ensayar y ensayar, literal, hasta el cansancio. He practicado mucho. La coreografía es imponente. Entreno el baile perfecto. Sigo madrugando para divertirme. Muy difícil de entender para algunas personas. Me falta mucho para llegar a dónde me he propuesto. Me veo una mañana de septiembre despertando, con la prisa por llegar al aeropuerto, el estómago con dolor de emoción. El pasaporte, los tickets, la maleta, los tenis, mi outfitdeportivo… Seria, muy seria. Ocultando la sonrisa, no apropósito, mi cábala para que todo salga bien. Me gusta comenzar a oler la intensidad de esas aventuras deportivas. Respiro y me tranquilizo. Respiro y me veo. Me veo y sonrío. Me veo ese día. El día de. En la salida, posiblemente con mi monólogo interno, diciéndome que todo va a estar bien, que es momento de la diversión. Me veo llegando a la meta. Ahí es donde más me veo. Siento la emoción de cruzar la meta… aspirar los últimos kilómetros. Olfatear los últimos metros. Sentir mi corazón al máximo. No distinguir si es de cansancio o emoción. Solo sentirlo. Sentir fuego en el alma y en las piernas cansadas.
Me veo disfrutando un Berlín, hasta hoy desconocido. Aunque de tanto pensarme en él, se ha vuelto un lugar donde recurremente acudo a caminar. Se ha vuelto mi lugar de descanso. Mi lugar preferido. Si bien la aventura comenzó desde hace ya unos años, la pandemia arrasó con, no solo vidas, también pospuso o hasta imposibilitó sueños. Este sueño durmió dos años. No pensé que pudiera despertar. Recuerdo y aun duele, la primera cancelación, todos a sus casas, debíamos cuidarnos; la segunda, la carencia de las vacunas. El resultado el mismo. En el pasado no maratón en puerta. Se entrenaba para un maratón que no iba a llegar. En el presente, maratón en puerta. En la puerta de Bradenburgo. La puerta soñada, a la vuelta de unos días.
Hoy, ya en mood de esperar, de vivirlo, tocarlo. Todo se encamina para. Yo me encamino a. Cuido todos mis sentidos. Lo que escucho, veo y hablo. Cuido sobre todo lo que siento. Es un requisito para esta preparación. Cerrar círculos. Abrir otro necesarios. Aspirar energía. Solo energía positiva. Respirar por la nariz energía positiva, expirar por la boca energía negativa. No problemas. No se admiten. Si algo no te hace feliz, es momento de liberarte de ello. Soltarlo. Poner límites. A veces no se advierte tan fácil cuando algo no está bien con tu vida. Mucho ajetreo en la vida. El entrenamiento es un momento para detectarlo. La dopamina y serotonina al máximo. Con deseos de hacer las cosas y con ánimo de vivir. Desprenderte de vicios, de personas tóxicas, de momentos incómodos, de respuestas molestas, de ojos vigilantes, de rumores inadecuados. De personas que te hagan dudar de uno mismo.
Las piernas han dado batalla, la alimentación se ha cuidado, el sueño es, en tiempo y calidad, más ambicioso. Los entrenamientos han sido retos salvajes, tomando en cuenta que la vida de deportista es un rol más que se desempeña al día. Cuando pienso en correr me brillan los ojos, hace unos meses me comentaron: “ojalá te brillaran los ojos por ´whatever´, tal como te brillan por correr”. No sabía que al correr irradiara esa luz, ese fuego, esos ojos. Y sí, pienso en ese día (en el día cien), mis ojos se transforman, se estilizan las líneas, pierdo detalles anatómicos, se mutan en formas redondas, con pestañas superiores e inferiores largas, con profundidad, con reflejos; sí mis ojos brillan. Al brillar, se transforman. Me veo al espejo y me espanto, sí, tenían razón, es evidente, mis ojos son estilo artístico vanguardista de ánime. Todo esto solo al hablar de correr. ¡!!Imaginen cuando corro!!!